domingo, 6 de enero de 2013

El año de los Níscalos.


Hace como unos 12 años, mientras cabalgaba entre  la niñez y la adolescencia, viví una experiencia grandiosa. Un compañero de mi padre nos llevó a una ladera de las que flanquean el camino de Granada a Quéntar y allí, protegidos bajo el mullido musgo que prosperaba bajo los pinos, se escondían estas setas tan culinariamente valoradas. Desde que cumplí la mayoría de edad, cada año a partir de las primeras lluvias de otoño volvía a esa otrora generosa loma, que siempre se encontraba árida. Deducía yo que no había llovido suficiente, que alguien se me había adelantado o, por fin, que ese lugar ya no era propicio para la proliferación de estos codiciados seres. Pero este año, la abundante lluvia y la fortuna me han brindado por fin lo que tanto ansiaba. En buena compañía hice algunos maravillosos hallazgos:

El origen de la vida.



Una de las incógnitas más antiguas de la historia de la humanidad, y probablemente la de más difícil respuesta, es la de cómo surgió la vida en la Tierra. Desde tiempos inmemoriales el ser humano ha tratado de dar respuesta a esta cuestión.